Iba a salir aquella noche. Nunca había sido un problema para mi adentrarme a solas en ningún local de moda de la ciudad. Me maquillé intencionadamente como el que se disfraza para no ser descubierta. Mis uñas rojas y afiladas delataban mis deseos por dejar huella en la espalda de algún joven seguramente ebrio y perdido.
No logré traspasar el umbral de la puerta. Me desnudé y deje que mi cuerpo se hundiese sobre las sabanas de raso. En la boca del estómago notaba tal opresión como si me ardiesen las entrañas. Mi respiración era superficial y rápida y notaba mi frente húmeda. La vida había dejado de obsequiarme o quizás yo no deseaba sus irreales ofrecimientos.
Me sentía abatida por la constante lucha contra un sistema capitalista que había acabado por adueñarse de mi tiempo; sin energía para empezar una nueva relación por el temor de añadir una herida más a mi alma; obserbar como el reflejo de mi rostro y mi cuerpo se marchitaba día a día, en dirección hacia la eternidad. No podía pensar con claridad. Alargué mi mano hacia el primer cajón de la mesita de noche; alcancé el frasco de somniferos, uno a uno fueron tomando su lugar en mi estomágo. Noté mis ojos llenos de amargas lagrimas, algunas de ellas se despedian de mí acariciandome las mejillas hasta que desaparecian; luego la oscuridad; el silencio.
(historía ficticia)
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on viernes, octubre 26, 2007 at 11:09 p. m..
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